La buena gestión de una comunidad de vecinos no es fruto del azar. Detrás de una finca bien organizada, con incidencias resueltas a tiempo y vecinos satisfechos, suele haber una buena coordinación entre dos figuras fundamentales: el presidente de la comunidad y el administrador de fincas.
Ambos desempeñan roles diferentes, pero complementarios. El presidente, como representante legal de la comunidad, tiene la responsabilidad de velar por el cumplimiento de los acuerdos y actuar en nombre de los propietarios. Por su parte, el administrador aporta su experiencia profesional y técnica, gestionando el día a día, asesorando en cuestiones legales y administrativas, y manteniendo el funcionamiento correcto de los servicios contratados.
Las funciones clave del presidente de la comunidad
Aunque muchos presidentes ejercen este cargo de forma temporal o rotativa, su papel es clave para el buen funcionamiento de la finca. Entre sus funciones más importantes destacan:
- Representar legalmente a la comunidad, tanto ante terceros como en procedimientos judiciales, si los hubiera.
- Convocar juntas ordinarias y extraordinarias, de la mano del administrador.
- Firmar contratos y autorizaciones, en nombre de la comunidad, siempre con el respaldo de la junta.
- Supervisar la ejecución de acuerdos, velando por que las decisiones tomadas por los propietarios se lleven a cabo correctamente.
- Atender las demandas y preocupaciones de los vecinos, canalizando sus inquietudes hacia soluciones prácticas.
Pero más allá de las funciones formales, hay algo que marca la diferencia: la capacidad de comunicación y gestión interpersonal del presidente.
Un buen presidente: escucha, comunica y lidera
En muchas comunidades, el presidente es el primer punto de contacto para los vecinos. Por eso, sus habilidades sociales y de liderazgo son tan importantes como su conocimiento del reglamento de propiedad horizontal.
Un presidente eficaz sabe:
- Escuchar las quejas con empatía, sin tomarlas como ataques personales.
- Buscar el equilibrio entre los intereses individuales y el bien común.
- Actuar con imparcialidad, sin favorecer a ningún grupo o propietario.
- Comunicar con claridad, explicando los procesos, acuerdos o limitaciones que puedan surgir.
- Motivar la participación, promoviendo una comunidad más implicada y colaborativa.
En comunidades grandes, donde hay mayor diversidad de opiniones, estas habilidades son especialmente valiosas para evitar conflictos innecesarios y mantener un clima de respeto.
Seguridad: una decisión clave que requiere acuerdo
Una de las decisiones más importantes que deben afrontar muchas comunidades es la mejora de la seguridad en zonas comunes, especialmente en entornos urbanos donde los robos en garajes, trasteros o el acceso de personas ajenas a la finca son una preocupación real.
La instalación de cámaras de videovigilancia, sistemas de control de accesos (como llaveros electrónicos o mandos encriptados) o incluso alarmas conectadas con aviso a policía son soluciones cada vez más comunes. Pero su implantación no puede hacerse a la ligera: requiere un acuerdo en junta y el asesoramiento adecuado para cumplir con la normativa (como la LOPDGDD en el caso de la videovigilancia).
En este punto, la colaboración entre presidente y administrador es fundamental. El presidente suele ser quien recoge la inquietud vecinal y plantea el tema en junta, mientras que el administrador tiene la función de buscar presupuestos, valorar opciones y presentar propuestas viables y ajustadas a la legalidad.
¿Qué debe tenerse en cuenta?
- Convocar una junta donde se incluya en el orden del día la propuesta de instalación de sistemas de seguridad.
- Solicitar varios presupuestos comparables, que incluyan tanto la instalación como el mantenimiento posterior.
- Valorar soluciones profesionales, que garanticen el cumplimiento legal, la calidad técnica y la respuesta ante incidencias.
- Buscar el consenso entre vecinos, explicando claramente los beneficios y costes.
Seguridad no es solo protección: también es convivencia
Además de proteger a los vecinos, los sistemas de seguridad bien implantados ayudan a prevenir conflictos. Las cámaras pueden resolver disputas sobre actos vandálicos o uso indebido de zonas comunes. Los controles de acceso evitan el uso fraudulento de los mandos de garaje o las puertas de entrada. Todo ello contribuye a una convivencia más tranquila y justa.
Por eso es tan importante contar con un buen administrador que asesore con criterio y un presidente implicado que actúe como puente entre los vecinos y los profesionales.
En resumen, una comunidad segura empieza por una gestión responsable. Y en eso, la colaboración entre presidente y administrador de fincas marca la diferencia. Elegir bien los proveedores, entender las necesidades reales de la comunidad y actuar con transparencia son los pilares de una convivencia segura y duradera.
Y no lo olvidemos: el presidente no solo representa, también escucha, media y lidera. Su implicación puede transformar una comunidad pasiva en una comunidad unida, segura y bien gestionada.
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